Artículo 18
Tenía turno de noche. Se acerca una señora y me comenta que se va a su casa a descansar con sus hijos. Me dice que sabe que su marido está muy mal pero que deciden irse porque allí no hacen nada. Que si por favor, en caso de que sucediera lo inevitable, podría llamarlos a cualquiera de los dos números que me van a dejar.
A las cuatro de la madrugada fallece el paciente. Cuando llegaron pidieron permiso para despedirse. Se pusieron alrededor de la cama, y se despidieron a su manera, mientras yo esperaba fuera respetando esos momentos tan íntimos. Cuando terminaron nos dieron las gracias y aunque había una sonrisa en ellos, tenían una mirada triste. Les pregunté si estaban bien y la respuesta fue: hace años que enfermó, lo hemos cuidado con mucho cariño pero era necesario que se fuera; descansa él y descansamos nosotros también.
Fue estupendo escucharlos y pensé: a mí me gustaría una despedida así. Todo sería más fácil para las dos partes. Así quien se va, lo podría hacer con la serenidad de quienes se quedan. Será un camino largo pero deberíamos ser nosotros, quienes nos quedamos más tiempo, los que facilitáramos que eso fuera posible. Algo que ayudaría bastante sería, liberarnos de tabúes que nos atan a costumbres antiguas, de nuestros antepasados.
De pequeña escuchaba a los mayores decir: cuanto más los lloras, más demuestras que los quieres. Yo no respondía, pero pensaba que me daría mucha vergüenza hacer eso. No entendía por qué tenía que llorar si no lo sentía así.
Siempre digo que llorar es necesario, pero mejor desde la serenidad, sin espectáculos innecesarios. Nos falta mucho por aprender y liberarnos de culturas aprendidas que sólo nos angustian. Pienso que es mejor, llenarnos del amor que nos dejan nuestros seres queridos.